Los rituales de Semana Santa arrancaron en la Catedral Metropolitana. Una delgada lluvia picoteaba los rostros de cientos de feligreses que, vestidos de negro, cruzaban presurosos la Plaza Grande rumbo al templo.
Al mediodía la campana mayor lanzó un tañido fúnebre, convocando al “Arrastre de Caudas”, un ritual romano que se realiza en la capital desde el siglo XVI. Es un acto religioso que se inició en Sevilla, se repitió en Lima y se afincó en la “Carita de Dios”, Quito.
Las tres naves de la Catedral estaban repletas, silenciosas, y la primera nota que brotó del órgano tubular antiguo, único en su género, rompió el silencio que abrazaba a la multitud.
El coro de la iglesia hizo volar el cántico “Cristo es mi esperanza”, mientras las lámparas se apagaron al unísono. Débiles hilos de luz natural se colgaban de las ventanas empotradas en las paredes de piedra de la Catedral, al tiempo que en el altar mayor apareció el Arzobispo de Quito seguido de los canónigos. Era Miércoles Santo, el inicio del calvario de Cristo que lo llevará hasta la muerte en la cruz.
El “Arrastre de Caudas” comienza, en el momento en que los ocho canónigos bajan del altar mayor, cada uno acompañado por dos sacristanes vestidos de blanco.
Se abren paso entre la multitud y la procesión avanza por el costado de la nave derecha para dar una vuelta por todo el templo. Los canónigos llevan tres prendas, todas de color negro: la sotana, una capa y la capucha que va ampliándose hasta trastocarse en una cauda de cuatro metros de largo, que se desliza por las espaldas de los sacerdotes y se arrastra por el piso húmedo de la Catedral.
“Las caudas significan la humanidad oscurecida por los pecados, que son arrastrados por Cristo hasta la cruz, para liberarnos”, dice el relator, y el coro hace retumbar en el ambiente, cargado de espiritualidad, “el Mesías es mi libertaaad”.
En la cola de la procesión se despliega una enorme bandera negra, con una cruz roja en el centro, la cual es portada por el canónigo más antiguo.
La bandera se desliza sobre las cabezas de los feligreses, con la que los religiosos penitentes avanzan hasta la puerta de salida del templo, dan la vuelta hacia la nave izquierda y retornan al altar mayor seguidos de los acólitos (estudiantes del Seminario Mayor), que llevan cirios encendidos “porque Jesucristo es mi luzzz”.
En el “Arrastre de Caudas” cada detalle tiene un significado. El luto demuestra el dolor de los creyentes por la muerte de Cristo. La cruz roja en el centro de la bandera negra es el martirio que padeció Jesús en el calvario. El color púrpura de las túnicas representa la penitencia y el blanco es la pureza del espíritu “que hay que salvar”.
Pero algunos fueron a la Catedral para salvar su día de trabajo. Eran los fotógrafos y camarógrafos de los medios de comunicación que hacían estallar cientos de luces para captar imágenes del ritual. También habían muchos turistas extranjeros que tomaban fotos con sus celulares para llevarse un recuerdo de la Capital.
Pero todavía faltaba lo mejor, porque detrás venía el Arzobispo de Quito, debajo de una urna móvil colonial, portando la Cruz Verdadera, una joya de oro y piedras preciosas que tiene un pedazo de madera de la cruz donde realmente murió Cristo. Esta reliquia, enviada desde el Vaticano, con las garantías de autenticidad correspondientes, tienen muy pocas catedrales en el mundo, entre ellas la de Quito y de París.
Al paso de la Cruz Verdadera, los feligreses caen de rodillas impactados por la luz resplandeciente, y comienzan a enumerar sus pecados, Señor, el aborto de la Martha, Jesús, las mentiras de la Juana, perdóname Dios mío, las estafas al erario público, el enriquecimiento ilícito, el peculado, el asalto a sangre fría..., aquí quedan purgados, Señor.
Cuando la Cruz Verdadera llega al altar mayor, los sacerdotes se postran ante el Arzobispo, quien bate la bandera negra ante Cristo todavía vivo; luego cubre los cuerpos de los canónigos postrados de rodillas en el suelo, donde reciben “la energía del espíritu divino” bajo el clamor de la música sacra que hace ecos en el templo.
Entonces, la Asamblea de Dios, reunida en la Catedral Metropolitana, recibe la bendición de la Cruz Verdadera. Es hora de que los católicos y turistas se acerquen al altar mayor, mientras el ritual se extingue a los acordes del “himno a las banderas del Salvador”. En ese momento, el templo recobra su iluminación y en el corazón de la gente palpita “Cristo es amooor”.
Al mediodía la campana mayor lanzó un tañido fúnebre, convocando al “Arrastre de Caudas”, un ritual romano que se realiza en la capital desde el siglo XVI. Es un acto religioso que se inició en Sevilla, se repitió en Lima y se afincó en la “Carita de Dios”, Quito.
Las tres naves de la Catedral estaban repletas, silenciosas, y la primera nota que brotó del órgano tubular antiguo, único en su género, rompió el silencio que abrazaba a la multitud.
El coro de la iglesia hizo volar el cántico “Cristo es mi esperanza”, mientras las lámparas se apagaron al unísono. Débiles hilos de luz natural se colgaban de las ventanas empotradas en las paredes de piedra de la Catedral, al tiempo que en el altar mayor apareció el Arzobispo de Quito seguido de los canónigos. Era Miércoles Santo, el inicio del calvario de Cristo que lo llevará hasta la muerte en la cruz.
El “Arrastre de Caudas” comienza, en el momento en que los ocho canónigos bajan del altar mayor, cada uno acompañado por dos sacristanes vestidos de blanco.
Se abren paso entre la multitud y la procesión avanza por el costado de la nave derecha para dar una vuelta por todo el templo. Los canónigos llevan tres prendas, todas de color negro: la sotana, una capa y la capucha que va ampliándose hasta trastocarse en una cauda de cuatro metros de largo, que se desliza por las espaldas de los sacerdotes y se arrastra por el piso húmedo de la Catedral.
“Las caudas significan la humanidad oscurecida por los pecados, que son arrastrados por Cristo hasta la cruz, para liberarnos”, dice el relator, y el coro hace retumbar en el ambiente, cargado de espiritualidad, “el Mesías es mi libertaaad”.
En la cola de la procesión se despliega una enorme bandera negra, con una cruz roja en el centro, la cual es portada por el canónigo más antiguo.
La bandera se desliza sobre las cabezas de los feligreses, con la que los religiosos penitentes avanzan hasta la puerta de salida del templo, dan la vuelta hacia la nave izquierda y retornan al altar mayor seguidos de los acólitos (estudiantes del Seminario Mayor), que llevan cirios encendidos “porque Jesucristo es mi luzzz”.
En el “Arrastre de Caudas” cada detalle tiene un significado. El luto demuestra el dolor de los creyentes por la muerte de Cristo. La cruz roja en el centro de la bandera negra es el martirio que padeció Jesús en el calvario. El color púrpura de las túnicas representa la penitencia y el blanco es la pureza del espíritu “que hay que salvar”.
Pero algunos fueron a la Catedral para salvar su día de trabajo. Eran los fotógrafos y camarógrafos de los medios de comunicación que hacían estallar cientos de luces para captar imágenes del ritual. También habían muchos turistas extranjeros que tomaban fotos con sus celulares para llevarse un recuerdo de la Capital.
Pero todavía faltaba lo mejor, porque detrás venía el Arzobispo de Quito, debajo de una urna móvil colonial, portando la Cruz Verdadera, una joya de oro y piedras preciosas que tiene un pedazo de madera de la cruz donde realmente murió Cristo. Esta reliquia, enviada desde el Vaticano, con las garantías de autenticidad correspondientes, tienen muy pocas catedrales en el mundo, entre ellas la de Quito y de París.
Al paso de la Cruz Verdadera, los feligreses caen de rodillas impactados por la luz resplandeciente, y comienzan a enumerar sus pecados, Señor, el aborto de la Martha, Jesús, las mentiras de la Juana, perdóname Dios mío, las estafas al erario público, el enriquecimiento ilícito, el peculado, el asalto a sangre fría..., aquí quedan purgados, Señor.
Cuando la Cruz Verdadera llega al altar mayor, los sacerdotes se postran ante el Arzobispo, quien bate la bandera negra ante Cristo todavía vivo; luego cubre los cuerpos de los canónigos postrados de rodillas en el suelo, donde reciben “la energía del espíritu divino” bajo el clamor de la música sacra que hace ecos en el templo.
Entonces, la Asamblea de Dios, reunida en la Catedral Metropolitana, recibe la bendición de la Cruz Verdadera. Es hora de que los católicos y turistas se acerquen al altar mayor, mientras el ritual se extingue a los acordes del “himno a las banderas del Salvador”. En ese momento, el templo recobra su iluminación y en el corazón de la gente palpita “Cristo es amooor”.