Las explosiones del volcán dejan grandes estragos en las zonas aledañas. El Comité de Emergencias de Tungurahua determinó ayer que se necesitan 2,7 millones de dólares, de manera urgente, para comprar 18.000 mascarillas especiales, 19.000 pares de gafas, recursos alimenticios, medicinas, plantas eléctricas, aparatos de comunicación y otros insumos necesarios para repartir a la gente afectada.
Actualmente están activos los albergues de Cotaló, Lligua y San Vicente, donde se encuentran alrededor de 200 personas. Hasta allá llegaron ayer las trabajadoras sociales del INFA a repartir muñecas a las niñas y pelotas de fútbol a los menores, quienes se quedan solos en el día, mientras los adultos regresan al campo para cuidar al ganado y rondar sus casas.
Otros, como el agricultor Francisco Argüello, salen a recoger las frutas de sus huertos cubiertos de ceniza, “para vender aunque sea barato en el mercado y recuperar algo de la inversión”.
Al campesino Andrés Mariño se le escapan las lágrimas, mostrando sus 3.000 árboles de tomatillo, que comenzaron a secarse a causa de la ceniza volcánica. “Aquí ya tengo perdidos por lo menos unos 10.000 dólares”, dice con voz ronca.
Luis Rosero, dirigente de la Junta Parroquial de Bilbao, calcula que las pérdidas en cultivos y frutales “bajito llegan a los dos millones de dólares, incluidos los pastizales y la hierba para el ganado”. Pero el problema es que la ayuda no llega a los sitios en los que más se necesita, añade.
La actividad turística también ha sido afectada. Hugo Pineda, alcalde de Baños, calcula que solo entre el sábado y el domingo últimos, los negocios y hoteles perdieron unos 150.000 dólares por la falta de turistas. “Es que las visitas bajaron más del 50 por ciento, por los tronidos del volcán”, afirma.
El despertar del Tungurahua también dejó pueblitos fantasmas en la zona. Uno de ellos es el caserío de Cusúa, que fue abandonado en las explosiones de 2008.
La plaza, la escuela y las casas, y los sitios donde funcionaban una tienda, un billar y un local de artesanías, están deteriorados, sin puertas, con los techos agujereados y las paredes despintadas.
“Por las ventanas rotas entra chillando el aire, cargado de soledad, porque aquí no hay ni siquiera un perro que ladre. Solo la iglesia se abre cada 15 días, cuando viene el cura a dar misa”, señala, con tristeza, Horacio Ojeda, quien se negó a abandonar sus cosechas.
Ajena al dolor que provoca, la montaña sigue rugiendo. Según Benjamín Bernard, técnico del Instituto Geofísico (Baños), las explosiones se mantendrán por lo menos dos semanas más. Ayer, una llovizna de polvo cayó en Bilbao, Chontapamba y sus alrededores.
Por las características de la erupción, por lo pronto no hay el riesgo de que la ceniza llegue nuevamente a Guayaquil ni a la Costa, como pasó el viernes.
Actualmente están activos los albergues de Cotaló, Lligua y San Vicente, donde se encuentran alrededor de 200 personas. Hasta allá llegaron ayer las trabajadoras sociales del INFA a repartir muñecas a las niñas y pelotas de fútbol a los menores, quienes se quedan solos en el día, mientras los adultos regresan al campo para cuidar al ganado y rondar sus casas.
Otros, como el agricultor Francisco Argüello, salen a recoger las frutas de sus huertos cubiertos de ceniza, “para vender aunque sea barato en el mercado y recuperar algo de la inversión”.
Al campesino Andrés Mariño se le escapan las lágrimas, mostrando sus 3.000 árboles de tomatillo, que comenzaron a secarse a causa de la ceniza volcánica. “Aquí ya tengo perdidos por lo menos unos 10.000 dólares”, dice con voz ronca.
Luis Rosero, dirigente de la Junta Parroquial de Bilbao, calcula que las pérdidas en cultivos y frutales “bajito llegan a los dos millones de dólares, incluidos los pastizales y la hierba para el ganado”. Pero el problema es que la ayuda no llega a los sitios en los que más se necesita, añade.
La actividad turística también ha sido afectada. Hugo Pineda, alcalde de Baños, calcula que solo entre el sábado y el domingo últimos, los negocios y hoteles perdieron unos 150.000 dólares por la falta de turistas. “Es que las visitas bajaron más del 50 por ciento, por los tronidos del volcán”, afirma.
El despertar del Tungurahua también dejó pueblitos fantasmas en la zona. Uno de ellos es el caserío de Cusúa, que fue abandonado en las explosiones de 2008.
La plaza, la escuela y las casas, y los sitios donde funcionaban una tienda, un billar y un local de artesanías, están deteriorados, sin puertas, con los techos agujereados y las paredes despintadas.
“Por las ventanas rotas entra chillando el aire, cargado de soledad, porque aquí no hay ni siquiera un perro que ladre. Solo la iglesia se abre cada 15 días, cuando viene el cura a dar misa”, señala, con tristeza, Horacio Ojeda, quien se negó a abandonar sus cosechas.
Ajena al dolor que provoca, la montaña sigue rugiendo. Según Benjamín Bernard, técnico del Instituto Geofísico (Baños), las explosiones se mantendrán por lo menos dos semanas más. Ayer, una llovizna de polvo cayó en Bilbao, Chontapamba y sus alrededores.
Por las características de la erupción, por lo pronto no hay el riesgo de que la ceniza llegue nuevamente a Guayaquil ni a la Costa, como pasó el viernes.