WASHINGTON. El horror pudo ser seguido en vivo por millones de personas en todo el mundo. Las imágenes ante sus ojos eran tan aterradoras e inconcebibles que la mayoría de espectadores no entendió al comienzo lo que estaba pasando.
Incluso los más estrechos colaboradores de seguridad del presidente de los Estados Unidos necesitaron un tiempo para darse cuenta de lo que ocurría en esos momentos. Las palabras que susurraron luego al oído a George W. Bush dieron también la vuelta al mundo: "Estados Unidos han sido atacados". Era el 11 de septiembre de 2001, y con el ataque contra varios objetivos en los EEUU empezaba la política exterior del siglo XXI.
El día en el que terroristas islámicos estrellaron aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas de Nueva York marcó el inicio de una nueva era política. Los EEUU eran golpeados por primera vez en su historia en su propio territorio continental. Y el extremismo islámico se convertía también por primera vez en una amenaza global. Toda la comunidad de Estados occidentales se sintió amenazada.
"Ningún otro acontecimiento desde el comienzo de la Guerra Fría cambió tanto la política estadounidense como el 11 de septiembre", considera 10 años más tarde el analista independiente Jacob Heilbrunn.
El experto estadounidense afirma que, ya sea para Bush o para su sucesor, Barack Obama, la lucha contra el terrorismo es hasta ahora el hilo conductor de la política al que está supeditado todo lo demás.
La respuesta a los atentados llegó pronto. Los escombros del World Trade Center humeaban todavía cuando Bush declaró la guerra al terrorismo: "Guiaremos al mundo hacia la victoria", aseguró. Y dejó claro desde el comienzo que no se trataba para él solo de un desafío militar.
Menos de un año después, las fuerzas estadounidense atacaron Afganistán y, en 2003, también Iraq.
Visibles son hasta ahora los daños colaterales. Torturas, secuestros, cárceles secretas: la administración de Bush no conoció vacilaciones en la guerra contra el terrorismo. Agentes de la CIA, por ejemplo, secuestraron a presuntos terroristas en plena calle en Milán y los trasladaron a cárceles secretas en Egipto.
Pero, pese a todo el despliegue bélico, después del 11-S se multiplicaron en realidad los ataques. En Bali, murieron en octubre de 2003 202 personas tras la explosión de bombas en dos discotecas. Un año después, detonaron explosivos en Estambul, con un saldo de 61 muertos. En marzo de 2004, estallaron bombas en los trenes de cercanías de Madrid: 191 muertos. Otro año más tarde, los atentados suicidas en el metro de Londres dejaron 56 muertos.
Una década más tarde, Osama bin Laden murió bajo el fuego de comandos de élite estadounidenses. La red Al Qaida, que no ha conseguido ningún gran golpe en los últimos años, está debilitada y los movimientos populares de la llamada "primavera árabe" exigen desde hace meses democracia y libertades en lugar de un Estado religioso o la ley islámica.
Este contexto ha creado una onda de escepticismo en los estadounidenses, para quienes 10 años no han sido suficientes para cerrar las heridas.
Incluso los más estrechos colaboradores de seguridad del presidente de los Estados Unidos necesitaron un tiempo para darse cuenta de lo que ocurría en esos momentos. Las palabras que susurraron luego al oído a George W. Bush dieron también la vuelta al mundo: "Estados Unidos han sido atacados". Era el 11 de septiembre de 2001, y con el ataque contra varios objetivos en los EEUU empezaba la política exterior del siglo XXI.
El día en el que terroristas islámicos estrellaron aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas de Nueva York marcó el inicio de una nueva era política. Los EEUU eran golpeados por primera vez en su historia en su propio territorio continental. Y el extremismo islámico se convertía también por primera vez en una amenaza global. Toda la comunidad de Estados occidentales se sintió amenazada.
"Ningún otro acontecimiento desde el comienzo de la Guerra Fría cambió tanto la política estadounidense como el 11 de septiembre", considera 10 años más tarde el analista independiente Jacob Heilbrunn.
El experto estadounidense afirma que, ya sea para Bush o para su sucesor, Barack Obama, la lucha contra el terrorismo es hasta ahora el hilo conductor de la política al que está supeditado todo lo demás.
La respuesta a los atentados llegó pronto. Los escombros del World Trade Center humeaban todavía cuando Bush declaró la guerra al terrorismo: "Guiaremos al mundo hacia la victoria", aseguró. Y dejó claro desde el comienzo que no se trataba para él solo de un desafío militar.
Menos de un año después, las fuerzas estadounidense atacaron Afganistán y, en 2003, también Iraq.
Visibles son hasta ahora los daños colaterales. Torturas, secuestros, cárceles secretas: la administración de Bush no conoció vacilaciones en la guerra contra el terrorismo. Agentes de la CIA, por ejemplo, secuestraron a presuntos terroristas en plena calle en Milán y los trasladaron a cárceles secretas en Egipto.
Pero, pese a todo el despliegue bélico, después del 11-S se multiplicaron en realidad los ataques. En Bali, murieron en octubre de 2003 202 personas tras la explosión de bombas en dos discotecas. Un año después, detonaron explosivos en Estambul, con un saldo de 61 muertos. En marzo de 2004, estallaron bombas en los trenes de cercanías de Madrid: 191 muertos. Otro año más tarde, los atentados suicidas en el metro de Londres dejaron 56 muertos.
Una década más tarde, Osama bin Laden murió bajo el fuego de comandos de élite estadounidenses. La red Al Qaida, que no ha conseguido ningún gran golpe en los últimos años, está debilitada y los movimientos populares de la llamada "primavera árabe" exigen desde hace meses democracia y libertades en lugar de un Estado religioso o la ley islámica.
Este contexto ha creado una onda de escepticismo en los estadounidenses, para quienes 10 años no han sido suficientes para cerrar las heridas.